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Campanilla se hizo adulta

Había buscado en muchas camas, besos y abrazos. Pero no era una mujer fácil. Era especial. Habitaba como podía la ciudad difícil. No iba con ella la palabra "hipocresía". Quizás por ello, más de una vez le dieron la espalda. No ser falso en el día a día es como la honradez en la política. Te sale caro, y se ve muy poco.

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Lo importante es que era feliz. Sonreía a todas horas, aunque su mirada era triste. Su cuerpo vivía el presente, su mente y sus sentidos, no. Esta contradicción no puede explicarse. Era una continua ausencia. Las personas así viven una larga búsqueda que nunca pueden dar por finalizada. Nunca están seguros de que están buscando. Son bellas personas queriendo ser ellas mismas. Si lo logran, pasan a ser hermosas personas.

También la caracterizaba el ser imprevisible. Formaba parte de su encanto. Mantenía cierta magia propia de la niñez. Aquella que perdemos con los años. La que hace que todo sea motivo de risa, de celebración, de juegos. Formaba parte del selecto club de urbanitas con luz propia. En su odisea particular, será muy útil.

Muchos la confundieron con un hada. Lo que disfrutaron de sus mejillas iluminadas cuando reía, aquellos a los que alegró con solo un abrazo, para preguntarles cómo le iba todo. Otros simplemente vieron en ella una pieza más en un montón de nada.

Ella seguía su camino. Ignoraba qué le esperaba tras cada curva, pero su afán de aventura hacía que sus pies fueran más deprisa. Siempre esperando a que alguna sorpresa saliera debajo de las piedras. Una frase escondida en los sobres de azúcar de algunas cafeterías que la hiciera recapacitar. El consejo de algún amigo, un nuevo chiste. Esas pequeñas novedades que pueden alegrarte el día cuando menos te lo esperes.

Por ello, estaba en una continua guerra civil contra ella misma. Su faceta mágica contra la que se tomaba la vida demasiado en serio. La segunda faceta está tomando posiciones estratégicas. Crecen las responsabilidades y, por tanto, sus preocupaciones. Pero la mejor faceta planta cara. Tenía tantas cosas de su parte...

Por supuesto, estaban ahí también los defectos, como todos nosotros. Se dio cuenta de que muchas cosas no volverán a ser las mismas. En el mismo momento que comprendió que las tres de la mañana no era hora de soñar que un príncipe azul la rescataba de una alta torre, era momento de beber la noche.

Por mucho que haga que hacer, siempre tendrá la tentación de tirarse por cualquier tobogán que encuentre. Y llegará a tirarse en más de una ocasión. Con un gran sonrisa. El día que desaparezca de su boca, muchas cosas habrán dejado de valer la pena.

Le queda mucho por aprender antes de finalizar su viaje. Huir, meter la pata hasta el fondo, pedir perdón miles de veces, errar, ser humano. Me encantaría decir cómo acabará, pero no depende de mí. Todas estas palabras quedarán encerradas en este papel: lo que pase fuera de él, no es mi jurisdicción.

CARLOS SERRANO
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