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Pepe Cantillo | Derecho a ser “diferentes”

Inicio este artículo citando parte de una reflexión de Aureliano Sáinz, vecino de columna en este mismo diario digital: “…uno puede preguntarse qué sucede con aquellos progenitores que intuyen que su hijo o hija adolescente es “distinto”, y me centro en un tema: la identidad sexual. ¿Cuántos de ellos estarían dispuestos a admitir y a defender a ese hijo o a esa hija si sus inclinaciones van hacia el mismo sexo?...”.



Palabras que suscribo totalmente y desde las que intentaré dar claves, lo mejor que sepa, sobre el tema. Soy consciente que en el limitado espacio de esta columna tocaré muchos palos y poco podré profundizar, salvo que haga una serie por entregas –y es posible que esa modalidad termine por aburrir–.

Empleo la palabra "diferente" para referirme a cualquiera de las manifestaciones sexuales vividas y asumidas por una persona y entendidas como algo íntimo y que se manifiesta hacia fuera. Los humanos podemos ser y manifestarnos desde el prisma de la sexualidad –si nos dejan, y nos deben dejar– como: heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Hay algunas variables más que omito por no venir al caso y por problemas de espacio.

Curiosidad. No dejo de alucinar cuando busco en el diccionario de sinónimos de Word, al ver que no hay una sola referencia a "marica", "maricón", "gai", "gay" o "lesbiana" y te remite a otras fuentes. ¿Acaso no es políticamente correcto el uso de estos términos para Word?

En la pubertad se producen grandes cambios físicos y psicoafectivos que pueden acarrear una serie de vaivenes en los jóvenes y que, si no están debidamente informados, les van a generar situaciones de desconcierto, inestabilidad y, a veces, hasta de vergüenza.

Como consecuencia del tímido afianzamiento de su personalidad –lentamente van dejando de ser niños y tienen prisa por ser adultos– entran en un callejón, a veces sombrío, cuya consecuencia más sobresaliente es una actitud de disconformidad con el adulto y con ellos mismos. Y el gran aldabonazo lo da una sexualidad emergente que pide salida a toda velocidad. Estas variables unidas les pueden suponer una bomba de relojería que estallará más pronto que tarde.

Quiero prestar especial atención a esa sexualidad que tiene necesidad de destacar las líneas por las que desea discurrir en el proyecto de vida que se le abre en el horizonte. Ello nos lleva directamente a la exigencia de una educación sexual limpia de polvo y paja y de tabúes mil –por parte de la familia y, a renglón seguido, por la escuela para cimentar dicha labor familiar–.

La familia tiene que educar también en este tema desde la más tierna edad, sin hacer de la educación sexual un aparte saturado de misterio y sofocado de expresiones a medias. Naturalidad, claridad, veracidad, cariño, diálogo, confianza, respeto…, serían preciosos y necesarios calificativos en esa tarea educativa.

Dicha educación sexual tiene que darse de modo gradual, adaptada a cada etapa vital, con respuestas claras, llamando a las cosas por su nombre, sin prisa pero sin pausa, sin pretender evitar cuestiones pero sin adelantarse a las que todavía están por llegar. Sobre todo hay que educar en el respeto hacia las orientaciones sexuales que arrancan de la individualidad de cada uno. Y aquí está el verdadero talón de Aquiles de la cuestión.

La información precisa sobre la homosexualidad resulta especialmente importante para los jóvenes que están descubriendo y buscando entender su sexualidad, sea homosexual, bisexual o heterosexual. Se hace necesario promover un ambiente de libertad, que no de libertinaje, y de confianza que permita desarrollar su incipiente personalidad y potenciar la autoestima, evitándoles experiencias traumáticas.

"Salir del armario" es una expresión que nunca me gustó referida a la homosexualidad. Nadie tiene por qué salir del armario, nadie tiene por qué estar metido en un armario, encerrar en armarios es coartar la libertad. Considero que es una expresión capadora, excluyente, opresora. Desde el punto de vista de la sexualidad, cada cual tiene derecho a vivir según sus preferencias.

En la jerga popular, los calificativos son muy sintomáticos del rechazo que una sociedad excluyente nos ha ido transmitiendo: "maricón", "marica", "palomo cojo", "sarasa", "afeminado", "bollera", "tortillera", "lesbiana"… En el caso de hombres –género– , y para evitar calificativos peyorativos e insultantes, se usa eufemísticamente el anglicismo "gay" y, referido a la mujer, el de "lesbiana". No entro en litigio con el lenguaje y, menos, con lo políticamente correcto. Por ello hablaré de "homosexualidad".

El tema es muy controvertido y, desde luego, bastante estigmatizado en nuestra sociedad. Siempre nos educaron para ser machos y es en el caso masculino donde quizás la tribu ha puesto más empeño en ese machear –podríamos usar el término "machía" extrapolando su significado–.

Mi hijo, mi hija es diferente, sexualmente hablando. Tiene derecho a serlo. Todos los humanos tenemos derechos vitales que nos son inherentes e inviolables, entre ellos las prerrogativas sexuales. La sexualidad es un derecho de las personas y una parte muy importante de la salud humana. El XIII Congreso Mundial de Sexología, celebrado en Valencia en 1997, lo dejó claro.

Muchos padres se sienten mal ante la homosexualidad de su hijo o hija; unos se niegan a aceptarla, otros se enrabian o se esconden de lo que consideran un serio revés; otros se preguntan dónde perdieron los papeles; otros piensan que es un castigo y una vergüenza y ¡a ver con qué cara salgo yo a la calle!

Aceptar la homosexualidad de un hijo puede ser difícil, pero vale la pena intentarlo. Eso o perderlo para siempre. ¿Cómo enfrentarse a esta situación de la mejor manera posible? En principio no habría que afrontar nada –plano utópico–, pues se tiene una inclinación sexual determinada y basta –plano real–. Pero utopía y realidad no son muy amigas.

Los padres no son culpables de la preferencia sexual del hijo: nadie es culpable de nada en este asunto. Empecemos por desculpabilizar el tema. La homosexualidad no es una enfermedad y, mucho menos, es un castigo divino. Basta de pacaterías mojigatas.

Los padres deben tener claro que no hay culpa ninguna en la orientación sexual de su hijo, reforzando su autoaceptación ante una sociedad hostil y represora. Es necesario aceptar su homosexualidad aun sin entenderla porque el hijo vale eso y más. El cariño es clave en esta situación.

Un tipo de padres son los que no logran entender la homosexualidad de sus hijos pero, por cariño, la asumen. Digamos que se puede aceptar sin entender –desgraciadamente, también se puede entender y no aceptarla–. Ciertamente no es fácil la disyuntiva. En la aceptación con normalidad y con naturalidad, de la orientación afectivo-sexual juega un papel muy importante el entorno: padres, hermanos, abuelos...

La sexualidad es una forma de comunicación integrada en el campo de las vivencias y de las relaciones afectivas y, por tanto, es necesario proporcionar modelos y pautas para que puedan desarrollar la capacidad de amar e integrar la sexualidad en la afectividad. Hay que transmitir valores y actitudes, no sólo información. “Hay mucha información sobre temas de sexualidad pero muy poca formación”.

Ser “distinto” significa ser un yo con un color, unas creencias, unas preferencias y una inclinación sexual determinadas. El problema se acentúa cuando ser diferente conlleva rechazo por ser distinto, extraño. Desgraciadamente, las diferencias suelen castigarse con la discriminación, en este caso concreto, con la humillación, vejación, sarcasmo. Ya es hora de cambiar actitudes y programar aptitudes.

Repito que cada persona nace con una inclinación sexual y punto. Será una sociedad represora, y un modelo de educación la que nos haga rechazar un determinado tipo de sexualidad, en este caso la homosexualidad, que nos lleva a una intolerable homofobia. Quizás por haber confundido "orientación sexual" con "conducta sexual".

El rechazo social –y, sobre todo, familiar– les expone a trastornos físicos y psíquicos como anorexia, bulimia, depresión, abuso de drogas, alcohol y, lo más terrible, un porcentaje elevado de intentos de suicidio, sobrecargados por el estigma homofóbico. La aceptación con normalidad de estos adolescentes les protege de los males citados y mejora tanto su autoestima como una visión más positiva de la vida.

Hay multitud de teorías que intentan explicar el porqué de las diferentes orientaciones sexuales sin que hayan conseguido un resultado concluyente porque las personas no eligen un modo de sexualidad; simplemente, somos de una determinada manera. Por cierto, la orientación sexual no se puede modificar y tampoco trasmitir. Solamente, por desgracia, se puede reprimir y ello es una aberración. Queda en el tintero el nefasto tema de los suicidios y todo lo que conlleva.

PEPE CANTILLO
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