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Juan Eladio Palmis | El fuego griego

Nos consideramos en los tiempos de ahora el no más allá en casi todo. Y, en el fondo, no pasamos de ser unos bobos ignorantes con chips, que alguien los hace, el resto los usamos; pero somos muchísimos más los que no sabemos el fundamento y el trabajo de los citados chips, que aquellos pocos otros que los destripan o fabrican.



Aunque todavía no hayamos superado ni conocido bien aquella habilidad especial de poder orinar cara al viento que los mares le otorgaban a los marinos que durante los largos siglos que los navíos se movieron gracias a las velas consiguieron doblar los dos cabos rugientes de las mares del sur, el llamado Cabo de Hornos y el de las Tormentas o de la Buena Esperanza, nada detiene la propaganda imperial que nos pone en el centro de los conocimientos que ha habido y hay en el mundo.

Por citar algo, todavía ni químico ni alquimista alguno actual ha podido superar el ingenio de aquel hombre oriental, no se sabe si de patria siria o egipcia, o de alguna localidad de la zona geográfica que conocemos como Asía Menor, un tal Calínico, que consiguió idear una mezcla, probablemente según parece, utilizado cal viva y algún derivado del pestoso petróleo crudo, y con la inflamación espontánea de la mezcla al entrar en contacto con el agua de la mar o con el agua dulce, las naves de madera las pasaban canutas, porque además, aquella mezcla, que se cargó a toda una flota, supuestamente de gente islámica cuando iban, allá por el año 677 de nuestra cuenta del tiempo, a intentar hacerse con las riquezas y recursos de la ciudad de Constantinopla, capital y centro del llamado Imperio Bizantino.

Aquella desconocida en la más pura realidad mezcla realizada por el misterioso alquimista (entonces a los químicos se les llamaba alquimistas, y a los curas, la mayoría de las chiquillerías, padres) era una mezcla tan diabólica y desconocida que incluso ardía bajo el agua, y hasta ahora, no se ha logrado nada igual fabricado en cantidades industriales, más efectivo para la guerra naval con naves de madera, que el lanzallamas más efectivo construido en esas rentables fábricas de armas, que cuando escarbas en su accionariado, eso sí, sin saberlo ni darse cuenta ellos, te encuentras como accionistas a muchos de los buenos rematados y, qué casualidad, a ningún directivo cubano.

Por tanto, que se sepa, cosas en nuestra actualidad que ardan bajo el agua, solo se sabe que ocurre con la rabia que arde hasta bajo del agua y que tiene en jaque al clero vaticano con el hecho de azuzar para que se mantenga, pase hambre quien pase (menos ellos) en lo del vergonzante cerco económico a la isla de Cuba, porque tienen los cubanos que hacer lo que los gringos quieran.

Y, sobre todo, devolverles al clero vaticano sus fincas cubanas, probablemente las mejores tierras de labor de toda la isla, porque para su compra, en su día, se deslomaron cavando los curas y frailes antaño, y ahorrando peso a peso para comprarlas.

Como consecuencia de aquel desconocido producto que hemos denominado “Fuego Griego”, del cual ignoramos su fórmula, no así de la imperial bebida zarzaparrillera actual, orgullo del gringo, de la cual sí conocemos, cualitativa y cuantitativamente su fórmula, pero da mucho gusto y morbo que el imperio crea lo contrario, el denominado fuego griego nos proporciona a los que defendemos cada vez con más motivos históricos documentados que España en momento alguno fue invadida por los árabes, y lo único que intentaron taparnos desde el trinitarismo fue el enorme atractivo que tuvo el islam en España como religión y forma de vida por encima del monotelismo, el monofisismo, o el concepto trinitario de dios, solo impuesto a base de espada y castigo, y de dormir en la misma cama que el rey de turno, y en sentido opuesto hay que trabajar hoy para que la Historia sea respetada.

Por tanto, un detalle así como que el fuego griego le quitó todas las ganas occidentales a los ya de por sí, poco opulentos pueblos o tribus de pastores arábigos, excelentes camelleros, poco o nulos marineros de altura, pero sí grandes en la navegación de bajura, y menos amigos del caballo que del camello, dos animalicos, caballo y camello, que como perro y gato se llevan a matar simplemente porque le molestan sus olores, aquellos árabes terminaron el siglo que en nuestra cuenta señalamos como el siglo VII, con pocos dátiles para vender y contratar tropas mercenarias, de excelente resultado como eran las gentes de la zona de Asia Menor, que por más de cuatro siglos, fueron excelentes fuerzas mercenarias a contratar para la guerra que fuera y donde fuera.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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