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Palabras para Juli

Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de una carta abierta de Cecilio Hernández del Moral dirigida al reconocido músico y relojero montillano Julián Luque Portero. Si desea participar en esta sección, puede hacer llegar un correo electrónico a montilladigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla también de alguna fotografía.



Siempre guardaré en la memoria aquel día de mediados de junio en el Teatro Garnelo en el que, durante un acto de celebración del final del curso de los alumnos del Conservatorio de Montilla, tú, como presidente de la asociación de padres, tenías que pronunciar unas palabras a todos los que allí estábamos. Lo cierto es que fuimos varios los que conseguimos ponerte en aquella terrible tesitura –ya ves, a ti, que como persona tímida y humilde jamás quisiste cobrar protagonismo alguno–. Pero muy a tu pesar, sin duda lo cobraste.

Recuerdo el Teatro abarrotado de alumnos, padres y familiares; recuerdo la luz entrevelada del escenario, tus nervios y el papel que habías preparado para leer temblando entre tus manos y a punto de caérsete; y recuerdo, sobre todo, tus miradas, que ignorando a todos los que estábamos esperando escucharte, se dirigían disimuladamente de reojo hacia aquel objeto enorme y oscuro que junto a ti llenaba el escenario. Sí, aquel estupendo piano que parecía hablar contigo, invitándote a que lo tocaras.

Y claro, tú, que tratándose de música –y más aún con un buen piano de por medio, como era el caso– jamás te negaste a interpretar, colaborar, ayudar y, en general, participar en todo lo que con este arte se relacionase, dejaste de leer aquel pequeño discurso que apenas habías empezado a pronunciar y, pidiendo disculpas a todos los asistentes –Juli, tú pidiendo disculpas; tú que jamás hiciste mal a nadie– te dirigiste absorto hacia el instrumento y, sentándote con toda naturalidad, comenzaste a tocar unas hermosas notas.

Recuerdo al personal aplaudiendo a rabiar; no ya a tu arte al piano, no ya al amor que por la música sentías, sino a la espontaneidad y a la tremenda sencillez que con aquel gesto demostraste. Sencillez que, sin duda, ha estado presente a lo largo de toda tu vida.

Muchas veces he pensado que te que equivocaste de época al nacer y que, si en lugar de haber sido un diablo verde yeyé de los años sesenta –repito, tú, que has sido, entre otras cosas un magnífico relojero–, hubieras podido retrasar tu nacimiendo hasta 30 o 40 años más tarde, seguramente a estas horas estarías actuando por los mejores escenarios musicales del mundo como gran "teclero" (según tú mismo te calificacabas).

Pero, al propio tiempo, cuando recuerdo aquellas conversaciones nuestras en las que intentabas explicarme tus teorías sobre el universo y sobre el sistema de fuerzas gravitatorias –a mí, ya ves, que soy de letras puras–, también estoy seguro de que podrías estar ahora mismo trabajando como científico e impartiendo clases de Física o de Matemáticas en una prestigiosa universidad.

¿Te imaginas a ti mismo al piano con un frac, o con chaqueta y corbata dando clases? Precisamente tú, que temías a un traje y a una corbata más que a una obra municipal cerca de tu relojería. ¿Te imaginas volviendo a Montilla tras una gira de conciertos, o de vacaciones desde tu universidad americana? Yo sí te imagino regresando a casa por la noche con humildad, sin hacer ruido, sin homenajes, pero con toda tu honestidad y tu grandeza.

Otras veces no he podido evitar pensar que existe la reencarnación, y que quizás en otra vida fuiste un hombre del Renacimiento, un humanista, un filósofo, un artista, e incluso ese científico que descubrió su particular piedra filosofal convirtiendo los metales no en oro, pero sí en plata. No en vano, tuviste la sabiduría y la constancia para idear y desarrollar un eficaz método de reciclaje convirtiéndote a la vez, y sin haberlo pretendido, en un verdadero ecologista. Solamente tu mujer y tus tres hijos –esa gran familia con la que, sin duda, te sentirás enormemente dichoso– saben de las horas que has dedicado a pensar y experimentar, a luchar por alcanzar tus sueños.

Pienso que la realidad ha sido injusta contigo, si bien confío en que a posteriori –como en la historia siempre ha sucedido con los mejores hombres de esta tierra– más pronto que tarde tendrás tu merecido reconocimiento.

Ya lo ves, no dejo de pensar e imaginar, retrasando tu nacimiento unos años o adelantando varios siglos tu llegada a este mundo. Pero estoy seguro de que tú, como buen relojero al que siempre le ha gustado la puntualidad –e ir con la "hora buena"– no estarás de acuerdo conmigo. Sin embargo, por otra parte, he de confesarte algo: soy demasiado egoísta y, en el fondo, no puedo evitar sentir un gran alivio al pensar que, si no hubieses vivido en la época en que te ha tocado vivir, ni te habría conocido ni habría tenido la gran suerte y el tremendo orgullo de considerarme tu amigo.

CECILIO HERNÁNDEZ DEL MORAL
FOTOGRAFÍA: CEDIDA
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