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Adiós a Eduardo Galeano

El 13 de abril pasado, fallecía Eduardo Galeano, y no puedo más que sentir una enorme tristeza por la pérdida de un hombre al que admiraba profundamente. Él, junto con Mario Benedetti y José Saramago, formaba parte de ese trío de magníficos escritores a los que leía con enorme placer, ya que aunaban la brillantez de sus producciones literarias con sus inalterables compromisos como personas que trabajaban por la justicia, la solidaridad de los seres humanos y por un orden mundial más justo del que nos ha tocado vivir.



A los tres los conocí personalmente. En el caso de Mario Benedetti, mantuve largas charlas con él cuando hace años el Colectivo de Educación y Paz de la Universidad de Córdoba lo invitamos a que viniera con motivo de unas jornadas de solidaridad con América Latina.

Como sabemos, Galeano y Benedetti eran de ese pequeño país, Uruguay, que se ubica entre Brasil y Argentina. Ambos conocieron las terribles dictaduras militares de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado que se cernieron sobre los países del Cono Sur: Chile, Argentina y Uruguay. Pero ello no fue óbice para que renunciaran a su compromiso social; todo lo contrario, fueron conscientes de que la literatura y la vida no pueden ir separadas, por lo que en sus casos se articularon de manera profunda.

A lo largo del tiempo, he escrito diferentes artículos sobre estos tres grandes hombres que ya no están físicamente con nosotros; no obstante, sus obras son auténticos testimonios que quedan como resultados de unas vidas verdaderamente fructíferas y que, sin lugar a dudas, perdurarán con el paso de los años.

Como pequeño homenaje al escritor uruguayo recientemente fallecido, quisiera recuperar parte del artículo que escribí en la revista Azagala cuando vio la luz en nuestro país su espléndido libro que llevaba por título Espejos. Comenzaba así:

Antes de conocer personalmente a Eduardo Galeano, tuve contacto con su obra a través del primero de sus libros, publicado inicialmente en el año 1971, y que llevaba por título Las venas abiertas de América Latina.



Remontarme al tiempo en el que leí esta historia crítica de la opresión de los pueblos latinoamericanos es como hacer un largo recorrido hacia atrás y traer a la memoria los años en los que todavía era un estudiante que participaba en los movimientos universitarios contra la oscura y extenuante dictadura franquista.

Ni que decir tiene que esta obra suponía abrirle los ojos a uno y acercarlos a una visión muy distinta de la que nos habían contado. Se nos narraba una realidad oculta y distorsionada, pues ahora se hacía desde el punto de vista de los perdedores, es decir, de la de aquellos que no habían podido escribir ninguna página de la historia oficial, dado que siempre las escriben los poderosos y los vencedores.

Desde entonces, han transcurrido nada menos que 37 años para que de nuevo tengamos entre nosotros otra obra de Eduardo Galeano que no sigue las pautas de la historiografía oficial, puesto que a pesar de llevar el subtítulo Una historia casi universal, se lee como si fuera una colección de breves relatos que se entrecruzan para confeccionar un cuadro impresionista lleno de trazos vivos y sueltos, algo así como un mosaico de sucesos pacientemente elaborado a modo de teselas que se van juntando entre sí.

En medio de ambos libros, se encuentran otros diecisiete que el autor uruguayo ha ido regularmente editando a lo largo de los años. En mi biblioteca también se encuentran El libro de los abrazos, Vagamundo y otros relatos, Días y noches de amor y guerra… junto a numerosos artículos que he ido recopilando y leyendo con el paso del tiempo.



Una vez finalizada su lectura, tengo que confesar que he seguido con entusiasmo las casi 600 historias que Galeano nos narra en Espejos. Son pequeñas historias, en ocasiones, minúsculas, que remontándose a los orígenes de los tiempos se entrelazan unas con otras, hasta alcanzar a personajes de nuestros días.

De la obra destacaría tres cualidades: la veracidad, en cuanto que el autor se ha documentado con rigor antes de relatarnos cada una de las historias; la amenidad, puesto que nos cuenta vidas, acontecimientos, hechos, tan variados que pareciera que al llegar al término del libro uno desearía que no acabara nunca; la creatividad, pues para que unas historias narradas con tanta brevedad lleguen a “enganchar” al lector es necesario un gran dominio de la lengua y una singular capacidad de síntesis.

A todo ello habría que añadir su ternura, su admiración y cariño por aquellos que se han rebelado contra el poder injusto, por los que han sufrido sin renunciar a sus ideales, por los que han sido relegados y olvidados a pesar de haber escrito grandes páginas con sus vidas…

Estos son los párrafos iniciales que abrían ese artículo que hace unos años publiqué acerca de Espejos. Una historia casi universal. Y de nuevo los escribo porque, sencillamente, al igual que entonces, aconsejaría encarecidamente al lector o lectora que no lo hubiera hecho que se haga con ese libro pues a buen seguro disfrutará, tal como a mí me sucedió cuando comencé su lectura.

Para cerrar, Eduardo Galeano al igual que Mario Benedetti o José Saramago no se dejaron seducir por los premios literarios que recibieron en reconocimiento a sus publicaciones, tal como suele suceder en este ámbito tan proclive a las pompas y honores. Tuvieron muy claro que su obra era parte de la defensa de sus vidas, de sus ideales, y que no estaban dispuestos de ningún modo a renunciar a ellos.

Esto les engrandece, por lo que siempre vivirán en los corazones de todos aquellos que no solo les admiramos como escritores, sino también como personas que fueron de gran integridad humana.

AURELIANO SÁINZ
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