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No es la gripe, es la Junta

Iba añadir al título de este artículo el literario –y también manido– apéndice de "Crónica de un colapso anunciado", pero a fin de no volver loco al editor de este periódico haciéndolo encajar en el diseño de la página, he decidido prescindir de él y dejar vía libre a la confusión. Por tanto, justo después de la imagen lo aclaro.

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En el presente artículo no se va a hablar de un tema tan prosaico como el delirio autoritario de nuestra presidenta, Susana Díaz, al convocar elecciones anticipadas –cuando hay manifestaciones, malestar general y una opinión pública proclive a ello, no toca– y así desembarazarse –no va con segundas– de la ya molesta alianza con Izquierda Unida, o lo que queda de ella.

Aquí hablaré de algo mucho más importante y trascendente para todos los andaluces y andaluzas: de cómo la sanidad pública de la comunidad, ese referente nacional de las políticas sociales frente al neoliberalismo privatizador del PP, es un auténtico fiasco.

Y voy a ir más lejos: es una mentira colosal disfrazada por medios de comunicación, públicos y privados, colectivos profesionales y organizaciones sociales que no se atreven a denunciar los recortes perpetrados por la Junta en los últimos años y que han llevado el sistema a una parálisis evidente, no vaya a ser que le hagan el juego a los peperos y la gente se percate de que las diferencias reales entre comunidades en políticas públicas, independientemente del color predominante, son más bien exiguas.

La consejera de Sanidad de la Junta anunció la semana pasada la contratación de más de 500 profesionales sanitarios de refuerzo para paliar la imagen de bochorno reproducida en la mayor parte de hospitales públicos andaluces, coincidiendo precisamente con el aviso de epidemia de gripe que parece extenderse por la comunidad.

Más allá de la malintencionada duda sobre si la epidemia haya sido utilizada como excusa bajo la que justificar el colapso de las urgencias hospitalarias, el hecho es que las salas de espera sobrepobladas, la falta de camas, la desorganización administrativa y la explotación encubierta de los profesionales es una realidad diaria en Andalucía que poco o nada tiene que ver con una epidemia eventual.

Sin embargo, ¿cuál es el eco mediático sobre esta situación? Apenas el runrún soterrado de la caverna periodística más reaccionaria. Y sí, es cierto que la insultante política de privatizaciones en la Comunidad de Madrid o el estado lamentable de la sanidad pública en la Comunidad Valenciana tienen más gancho, remueven más consciencias e incluso puede que hagan ver a más de uno que el Gobierno del PP es un atentado silencioso contra el país.

Pero, ¿acaso esta circunstancia impide decir alto y claro que el Servicio Andaluz de Salud es una catástrofe? ¿Que su dirección política parece haber salido de un programa de Telecinco? ¿Que tan sólo se reacciona abriendo plantas clausuradas cuando mueren pacientes en las salas de espera, como ha ocurrido recientemente en los hospitales de Huelva, Jerez y Sevilla?

Basta aportar una serie de datos objetivos para llegar a la conclusión de que Andalucía no es ningún paraíso sanitario. De hecho, parece que perdió las coordenadas del destino hace tiempo. En 2015 será, una vez más, la comunidad que menos dinero invierta por ciudadano en gasto sanitario, concretamente 1.004 euros por habitante, 500 euros menos que en el País Vasco, confirmando una tendencia de recorte del 15 por ciento en los últimos cuatro años.

Además, es la región con la menor ratio de camas hospitalarias y quirófanos por cada 1.000 habitantes (apenas llega a 2 frente a la media española de 3,2), con menos médicos de atención primaria y especializada en relación al número de población (tan solo por detrás de Madrid y Canarias en el primer caso, y de La Rioja en el segundo), y alcanza la mayor cifra absoluta de deuda sanitaria del país, con 1370 millones de euros de desfase (más lo que el SAS guarda en el cajón).

Todo ello sin mencionar las políticas laborales del SAS, como los contratos al 75%, 50% o hasta el 25%, la tasa de sustituciones al 10% o los recortes salariales en todos los colectivos, incluyendo el de los MIR, que propició una huelga hace dos años.

Según datos del SATSE, el sistema de salud andaluz cuenta hoy en día con 7.000 profesionales menos que en 2010, mientras que ha sido en estos últimos años cuando se ha registrado un mayor aumento de la demanda asistencial.

En este punto, las matemáticas parecen ser la solución; si hay menos médicos, enfermeros, técnicos y administrativos, y más pacientes en las Urgencias y las consultas, el resultado parece evidente. Por un lado, los ciudadanos reciben un servicio depauperado y lento. Por otro, los profesionales deben soportar una carga asistencial (y estrés) mayor, trabajando más horas, cobrando menos y recibiendo las quejas legítimas de los pacientes.

Para completar el panorama, la administración política también pone su granito de arena en el caos reinante mediante planes de urgencias diseñados con la antigua técnica del ensayo y error sin contar con la participación de los profesionales que deberán aplicar en el día a día.

De hecho, el Plan de Mejora de Urgencias Hospitalarias (Pauer) anunciado el pasado mes de junio por la Consejería no se ha llegado a aplicar en muchos hospitales hasta finales de año, cuando parte de la plantilla se encuentra de vacaciones y el número de pacientes crece exponencialmente.

Es el caso del hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva, cuya Junta de Personal ha cargado contra la dirección por su actuación a destiempo, propiciando la espera durante largas horas de pacientes ya diagnosticados. Es, al fin y al cabo, lo que ocurre cuando se pretende introducir modificaciones en un sistema sin invertir en personal ni en camas.

Pero que no cunda el pánico. Hay elecciones a la vista, y las va a ganar nuestra lideresa, porque Andalucía es socialista hasta el fin, aunque este nos llegue en una sala de Urgencias por una gripe o esperando una cita para un especialista.

Así pues, si no ayuda a cambiar esto, al menos sea amable con los profesionales que le atenderán; quizás estén en su primer año de experiencia, lleven más horas trabajando que los semáforos de la ciudad, hayan visto más pacientes que todos los personajes de Anatomía de Grey juntos en una temporada, y cobren menos de lo que factura Cristiano Ronaldo cada medio minuto.

JESÚS C. ÁLVAREZ
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