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Aforismos y pensamientos: Castilla del Pino

Sin lugar a dudas, uno de los grandes psiquiatras con los que ha contado nuestro país ha sido Carlos Castilla del Pino (1922-2009). Pero su trabajo y su obra escrita no se circunscriben exclusivamente al ámbito de la psicología o la psiquiatría, sino que en su extensa producción también encontramos ensayos, novelas y dos extraordinarios volúmenes de memorias –Pretérito imperfecto y Casa del olivo- que son un ejemplo de sinceridad y de extraordinaria literatura.

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Aunque nacido en la localidad gaditana de San Roque en 1922, una vez terminados sus estudios de Medicina se instala en Córdoba en 1949, donde ejercerá su profesión de psiquiatra. Su labor fue ampliamente reconocida, no solo en vida, ya que fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española, sino que, una vez fallecido, la ciudad de Córdoba puso el nuevo centro de salud a su nombre.

Dado el amplio número de publicaciones que sacó a la luz, sería muy prolijo elaborar un extracto de aforismos a partir de ellas, por lo que en este artículo me voy a remitir a una selección que he realizado de su libro Aflorismos. Pensamientos póstumos, publicado una vez fallecido.

He de señalar que el autor utiliza intencionadamente el neologismo “aflorismo”. Así, en la nota preliminar del libro nos indica que es “algo que se me ocurrió, surgió o me apareció de manera más o menos inesperada”.

De igual modo, y como dice la que fuera su mujer Celia Fernández en la presentación del volumen, “los aflorismos se materializan en sentencias breves, autónomas y completas”, es decir, que cada uno de los 844 aforismos que aparecen en el mismo responde a un pensamiento que el autor plasmó sin tener en cuenta los que le habían precedido o los que podrían seguirle.

En ese conjunto de pensamientos, escritos entre 2003 y 2009, es decir en los últimos seis años antes de fallecer, se condensa el pensamiento humanista y laico de Carlos Castilla del Pino. Dentro de los mismos se abordan una amplitud de temas, tantos como los que inquietan y son parte de las preocupaciones de los seres humanos.

Para confeccionar este escrito, he destacado 23 aforismos o sentencias muy escuetas, algunas relacionadas entre sí, como breve recorrido por un libro muy recomendable para todo aquel que quiera penetrar en el pensamiento de un autor que nos deja como legado póstumo este conjunto de reflexiones que bien recuerdan a las de los filósofos de la Grecia clásica, cuando se preguntaban por el ser y por cómo se podía llevar una vida dichosa.

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“La felicidad –ya me entienden- no se la encuentra; se construye”.

Con esta breve reflexión se inicia el recorrido de los más de ocho centenares de aforismos. Personalmente coincido con ella, puesto que, efectivamente, ser feliz o, de un modo más cercano, ser dichoso, no es algo que nos venga dado, sino que los trozos de felicidad que podemos lograr en nuestra existencia es el resultado de un arduo trabajo.

Solamente los niños pequeños son receptores de felicidad por parte de sus padres; pero en el momento de crecer, todos tenemos que esforzarnos para recoger algunos frutos de dicha que la existencia nos puede proporcionar.

“No hay pecados. Si los hubiera se resumirían en uno: la mentira. Adán –el primero- mintió a Dios al desobedecerle” // “Callar, pero no mentir” // “No ir de sincero; ser simplemente veraz”.

Puesto que como he indicado Castilla del Pino tiene un pensamiento laico, él no cree en el pecado; sí en la culpa que se puede derivar de nuestras acciones. De este modo, uno de sus libros lleva precisamente por título La culpa, en el que hace un recorrido por el sentimiento que acompaña cuando se lleva a cabo una acción que supone un quebranto de la norma o de los principios morales que todo ser humano posee.

Y dentro del quebranto de los principios morales, Castilla del Pino sitúa a la mentira como la base de toda deshonestidad, pues sus diferentes modalidades –engaño, ocultamiento, tergiversación, calumnia…- se encuentran en cualquier forma de corrupción individual o social, con los consiguientes daños hacia terceros.

“Dios es (sólo) una palabra” // “No era preciso inventar el alma. El cuerpo es el alma” // “Lo indescifrado es un problema, no un misterio” // “La verdadera religión es la Naturaleza”.

Ya en las antiguas Grecia y Roma hubo pensadores que no aceptaban la religión y los dioses establecidos socialmente. Pensaban al margen de las creencias populares. Los nombres griegos de Demócrito o Epicuro, al igual que Lucrecio en Roma, han llegado a nosotros con ideas que situaban a la Naturaleza como el principio de todo lo existente.

Castilla del Pino se suma a todos aquellos filósofos y pensadores que a lo largo de la Historia han construido o desarrollado sus principios éticos partiendo de la idea de que somos parte de una Naturaleza, de la que nacemos, en la que vivimos y a la que volvemos.

“¿La vida? Una de dos: o nos la hacemos o nos la hacen” // “Vivir es el arte de aceptar la indeclinable derrota” // “Vivir es una cosa: más o menos vegetar. Estar vivo es participar” // “No hay que vivir con miedo. Pero eso no quiere decir que haya que hacerse el valiente”.

Todos tenemos un concepto, más o menos elaborado, de lo que es la vida. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestra propia vida y construir nuestro destino; no cabe otra alternativa. Bien es cierto que contamos con muchas limitaciones, que no podemos traspasar los límites que la propia Naturaleza nos ha puesto; pero, como se dice en el primero de estos aforismos, tenemos la opción de edificar nuestra propia casa, con todos sus defectos, puesto que si no lo hacemos, al final, nos darán algo así como una chabola para que la habitemos.

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“La vejez comienza cuando no hay proyecto” // “Para la vejez, la dignidad: es lo único que puede cultivarse” // “Envejecer tiene su ventaja: muchas cosas se ven como banales, como lo son en realidad, y se adquiere una ligereza que antes no se poseía”.

Estos aforismos, tal como he apuntado anteriormente, están escritos cuando su autor entraba en sus últimos años de existencia: tiempo de reflexión, tiempo de sabiduría, tiempo, como él mismo apunta, en el que las cosas adquieren otros matices que no se percibían con anterioridad. Y para comprenderlos, paradójicamente, hay que llegar a ese período en el que no queremos penetrar con anticipación, pero que nos espera como ciclo último de nuestra existencia.

“La compasión no mejora el mundo. La solidaridad, sí” // “La verdadera piedad entrañaría complicidad con el sufrimiento” // “La piedad, en lo íntimo, enriquece; exteriorizada, es una obscenidad”.

Compasión, solidaridad, piedad: tres palabras que ocasionalmente pueden confundirse entre sí.

Como podemos comprobar, Castilla del Pino defiende el término de piedad como valor humano; sin embargo, no se muestra favorable con el de compasión, quizás porque en muchas ocasiones las personas insolidarias y que no tienen sentimientos de piedad se justifican con un acto puntual (limosna o donativo) pensando que con ello se resuelven los problemas que acucian a un mundo profundamente injusto.

Quizás, la solución sería defender la suma de esos tres valores humanos.

“Se confunde al cobarde con el bueno. ¡Qué bueno es! Hasta deja que los demás hagan el mal” // “No hay causa que justifique la guerra” // “El mayor valor del hombre, la equidad”.

¡Magnífico el primero de estos aforismos! Cuántas veces escuchamos de alguien que es “una buena persona”, cuando lo que se está queriendo decir que no quiere comprometerse, que no quiere líos.

Trasladado al ámbito social, el paralelismo estaría con el término de “mayoría silenciosa”, que es aquel sector que no quiere saber nada de lo que ocurre en la sociedad, que no quiere saber “nada de política”. No obstante, como indicaba el filósofo Javier Sádaba, “solo protesta cuando cae la bomba al lado de su casa”.

“Precaución: la estupidez no es inofensiva; a veces, hasta contagia” // “El sentimentalismo: una forma de inmadurez, de irritante inmadurez” // “Huyamos del estúpido. Después de aburrirnos nos deja irritados por no haberlo echado a patadas”.

Ahora en nuestro país parece que salimos del letargo en el que, tiempo atrás, habíamos estado viviendo durante aquellos años. Lamentablemente ha sido necesario que apareciera una enorme crisis económica para que despertáramos de esa anestesia, por no llamarla estupidez colectiva, en la que nos encontrábamos sumidos.

Efectivamente, la estupidez se contagia de forma personal o de forma colectiva: no hay más que asomarse a la cantidad de tonterías que se dicen desde ciertas tribunas, altas o bajas, para que nos demos cuenta que todavía a los ciudadanos nos toman por tontos o como individuos de muy pocas luces.

“No hay muerte si no hay olvido” // “Proyecta hasta el último momento. El proyecto ayuda a vivir: distrae de la muerte y permite vivir más; y desde luego mejor” // “¿Sabremos morir? ¿Sabremos morir perfectamente? Deberíamos saber morir”.

Tal como he apuntado, cuando Carlos Castilla del Pino escribe estos aforismos tiene presente que se acorta su tiempo de vida, que el morir le espera, como a todos nos aguarda, aunque no nos guste pensar en ello.

Pero como dice en el último aforismo de su libro: “Deberíamos saber morir”, más aún si hemos sabido hacer de nuestra vida un verdadero proyecto, pues de algún modo se permanece en la memoria de quienes nos sucederán.

AURELIANO SÁINZ

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